No me ayudes, comadre…

Publicar en:
La elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos vino a complicar lo que se suponía una transición de terciopelo en México: Claudia Sheinbaum tomó el bastón de mando que le dejó Andrés Manuel López Obrador con un bono democrático y una impresionante legitimidad fincada en 36 millones de votos, pero hoy las cosas se están descomponiendo.
El endurecimiento de las políticas del gobierno norteamericano en materia de aranceles y combate al terrorismo (como ya clasificó al accionar de los cárteles de la droga en México), a la migración indocumentada y a los vínculos de personajes públicamente expuestos con el crimen organizado vino a cambiarlo todo.
La presidenta está jugando -como se dice en la jerga besisbolera- pegada a la barda esperando un día sí y otro también los toletazos que le disparan desde el lado norte de la frontera mexicana. Pero eso sería un asunto gestionable a partir de la capacidad que ha mostrado la jefa del Ejecutivo federal para navegar en aguas turbulentas. El problema es que para dirigir el barco a buen puerto necesita una tripulación que le ayude y eso no parece estar ocurriendo.
Al contrario, sobran ejemplos de personajes subidos al barco de la cuarta transformación que, o bien desestiman las órdenes de la jefa del Estado mexicano o en el peor de los casos, reman en sentido contrario por omisión, por comisión o por sus muy particulares ambiciones.
Esto se puede convertir en el corto plazo en un problema de gobernabilidad. Desde hace años advertíamos en este espacio que aquello que le dio fortaleza al Movimiento de Regeneración Nacional para ganar, con Andrés Manuel López Obrador la presidencia de la República después de dos intentos fallidos era al mismo tiempo su debilidad.
En una apretada síntesis, si nos referimos a la izquierda mexicana hasta antes de 1988 observaremos una miríada de fuerzas atomizadas y dispersas en todo el territorio nacional, aferradas en sus dogmatismos, muy consecuentes con sus principios de cambio social y derrocamiento del régimen priista, pero escasamente competitivas en lo electoral.
La izquierda, salvo casos excepcionales y muy localizados no gana elecciones en México. Tuvo que montarse en la diáspora priista del 1987, participar de aquel gran intento organizacional y político llamado Frente Democrático Nacional encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas para comenzar a ganar posiciones importantes, obligando al viejo régimen a utilizar las peores artimañas para impedir el triunfo del ingeniero Cárdenas en 1988.
Y de allí para adelante esa fuerza comenzó a crecer hasta tomar forma en el PRD, que con el correr de los años hizo suyas prácticas viciadas del priismo corporativo, caciquil y corrupto. Dos veces más postuló a Cárdenas a la presidencia (1994 y 2000) y las dos veces perdió entre serias evidencias de fraude electoral. Para 2006 postuló a AMLO y también en 2012 con los mismos resultados, en parte porque el tabasqueño se resistió a incorporar fuerzas y liderazgos de cuestionado pasado.
Para 2018 el viejo régimen ya no dio más de sí. La oferta de López Obrador abrió la puerta a las alianzas más impensables, en aras de un pragmatismo que hoy, siete años después está pasando la factura.
Para nada es casual que en el pasado Consejo Nacional de Morena, la presidenta Claudia Sheinbaum fuera especialmente enfática -a través de una carta que ya se inscribe en los anales de la historia política mexicana- en focalizar las malas prácticas que, ciertamente todavía no mellan el bono democrático, pero hacia allá apuntan: el nepotismo, las ambiciones materiales, los negocios al amparo del poder político, las triquiñuelas preelectorales con recursos públicos, las relaciones turbias con la delincuencia organizada y la de cuello blanco, el pragmatismo que sacrifica principios en aras de triunfos electorales, entre otras.
Una ojeada a ese epistolar regaño arroja muchas luces sobre el grito desesperado de la presidenta para poner orden en un partido-movimiento que parece enfilado a repetir los vicios que llevaron al PRI al estado en que hoy se encuentra, chapoteando en el pantano del desprestigio y más cerca de perder el registro que de recuperar el poder que le dio fama y fortuna.
A Claudia Sheinbaum sin duda se le da bien esa narrativa, porque viene de las luchas de la izquierda, aquella muy consecuente con los principios pero muy pobre en cuanto a competitividad electoral.
Sí. Morena cooptó muchos cuadros valiosos de otros partidos políticos, comprometidos con el proyecto de nación que triunfó en 2018 bajo el liderazgo de AMLO y dispuestos a seguir la ruta de la transformación, pero en esa lanzada también sumó personajes de nefasta catadura que hoy le están prodigando a la presidenta verdaderos dolores de cabeza.
No solo es María del Pilar Ávila, la gobernadora de Baja California y su esposo, el expanista Carlos Alberto Torres, a quien el gobierno norteamericano acaba de retirarles sus visas por una investigación sobre lavado de dinero y nexos con la delincuencia organizada. Hay, por todo el territorio nacional, políticos y políticas que se han sumado a Morena sabedores de que esa es la ruta para expiar culpas, y está bien.
El asunto va más allá. Actualmente hay una campaña de afiliación a Morena que busca incorporar a diez millones de mexicanos a las filas de ese partido. Y esa campaña la dirige nada menos que Andrés Manuel López Beltrán, el secretario de Organización de Morena que acaba de presumir la incorporación de Enrique Benítez, un expriista que hace poco tildó a Claudia Sheinbaum de “pendeja”.
Hay gente, con posiciones de poder en el partido y en el gobierno, que no están remando en la misma dirección que la presidenta. De Monreal, Adán Augusto y Noroña ni hablamos. En el plano de lo doméstico esto no parece presentar tantos problemas, pero si Claudia Sheinbaum tiene resoplando en la nuca a un tipo tan poderoso e impredecible como Donald Trump, el tema del gusano barrenador es un pelillo a la mar, comparado con lo que puede venir.
II
Pero en este complicado contexto también hay buenas noticias. El INEGI nos acaba de informar que Sonora pasó a ser el estado con mayor acceso a internet al registrar una cifra histórica de 91.3% de la población de seis años y más que utiliza herramientas de conectividad.
Ojo con esto, porque tiene que ver con políticas públicas desarrolladas por el gobernador Alfonso Durazo para alcanzar estos resultados, particularmente la entrega de 19 mil chips con conectividad gratuita para estudiantes de universidades públicas y casi 45 mil tabletas a alumnos de nivel básico a través del programa Becas Sonora.
Hay un dato interesante aquí: Sonora se convirtió en la primera entidad en garantizar cobertura de internet en todas las localidades con más de 50 habitantes, a partir de un convenio con el IPN y la CFE.
También me puedes seguir en X: @Chaposoto
Visita www.elzancudo.com.mx
Opiniones sobre ésta nota