Sin Medias Tintas

El horror de “sembrando vidas”. 

Omar Alí López /    2025-09-28
Publicar en:  

Hannah Arendt presenció el juicio de Adolf Eichmann, responsable de los trenes de la muerte del Holocausto. Esperaba a un monstruo y halló a un burócrata que repetía “yo solo cumplía órdenes”. Concluyó que el mal puede brotar de la rutina y la obediencia ciega, que llamaría después la “banalidad del mal”.

Seis décadas después, vemos en México un ejemplo de perversión semántica. Dos tabasqueños usaron el verbo sembrar con propósitos opuestos. Uno, el exfuncionario de Seguridad Hernán Bermúdez, perfeccionó una táctica criminal bautizada “Sembrando Vidas”, para ejecutar opositores en Chiapas y que los homicidios no se contabilizaran en Tabasco. El otro, el expresidente, lanzó en 2019 el programa “Sembrando Vida”, para reforestar y generar empleo. Entre el singular esperanzador y el plural macabro se resume la tragedia de un país que desfigura el lenguaje.

Informes de la Sedena revelan que el “JJ”, operador del CJNG en la región, recibía órdenes de trasladar los homicidios fuera de Tabasco. Las cifras hablan: de 565 carpetas de investigación por homicidio en 2019 se pasó a 234 en 2023. Tras la salida de Bermúdez, la realidad volvió: 707 carpetas en 2024, un alza del 200 %.

Mientras tanto, el programa presidencial sembraba árboles y subsidios; pero también compartía la lógica del simulacro. La Auditoría Superior de la Federación documentó que en 2019 “Sembrando Vida” no pudo aclarar 1,832 millones de pesos. La Secretaría del Bienestar no acreditó depósitos por 338 millones en efectivo a 61,602 beneficiarios ni 1,154 millones que debían estar en Bansefi para 304,815 personas. En 2020 las irregularidades sumaron otros 900 millones. Incluso se detectaron apoyos a 896 personas no registradas, por 9 millones de pesos.

Así, un método criminal y un programa social coincidieron en su incapacidad de demostrar resultados. En ambos, los problemas se ocultan o se mueven de sitio; cadáveres en un caso, recursos en el otro. La reacción oficial ante las observaciones de la ASF fue idéntica a la de Eichmann ante sus jueces: la negación. “Exageran, yo tengo otros datos”. La realidad se convierte en asunto de fe (como escribí en su momento).

En las oficinas del Bienestar, si un padrón se infla o una credencial se usa para proselitismo, la respuesta es la misma: “es por el bien del pueblo”. La responsabilidad individual se diluye. La diferencia con los sicarios de Requena es de herramientas, no de lógica, porque mientras unos siembran votos con tabletas, otros siembran cadáveres con armas.

La ironía final es que un programa emblemático de política social comparta nombre con una técnica del crimen organizado. Que ambos hayan brotado de la misma tierra tabasqueña no es casualidad, sino radiografía de un país donde las palabras pierden sentido. La coincidencia entre “vida” y “vidas” desnuda la fragilidad de nuestra democracia al manejar un lenguaje que ya no distingue entre la esperanza y el horror.

Millones de ciudadanos agradecen el apoyo económico y, en muchos casos, lo necesitan para sobrevivir; pero la gratitud no debe convertirse en silencio cómplice. El depósito no compra la obligación de mirar a otro lado ante las irregularidades, ni de aplaudir la manipulación. Insisto: defender la política social no significa otorgar un cheque en blanco.

Arendt sostenía que el antídoto contra la banalidad del mal es la reflexión personal, la capacidad de decir “no” incluso cuando la autoridad dice “sí”. Hoy, en nuestro México, la misma palabra puede significar vida o muerte según quién la pronuncie, por eso la urgencia de pensar por nosotros mismos.

La democracia se sostiene en esa incómoda obligación de cuestionar, incluso cuando el poder nos ofrece árboles que plantar… o vidas que sembrar.

Opiniones sobre ésta nota
Envía tus comentarios