Mi gusto es... (o la otra mirada)
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CHUBASCOS

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Cor influencia de mamá, para nosotros era simplemente un chubasco y su posible llegada nunca dejó de preocuparnos, no solo a la familia sino a toda la ciudad.
Debido a las experiencias vividas con otros o por las ráfagas de viento anunciadas en la radio, sí y solo sí, había que prevenirnos con lámparas, cachimbas, agua, comida y todo lo útil para esos casos, además de cerrar bien las ventanas, cubrir los espejos con sábanas y asegurar bien el techo de lámina, pues alguna vez casi salía volando.
Meteorológicamente yo no sabía muy bien de qué se trataba eso de las ráfagas de viento o vientos moderados, lo único que me quedaba claro es que el chubasco venía en chinga y no tardaría en tocar tierra.
Entonces, en cuanto anunciaban el primer chubasco de la temporada de cada año, sentía algo feo en el estómago, a pesar de que a esa edad no sabía que aquello no era lo mismo que un ciclón y un huracán, y de que, entre fase y fase de menor a mayor intensidad, la cosa se podía poner exponencialmente de los mil demonios, por lo cual agradezco a mi ignorancia, ya que de lo contrario me hubiera asustado más.
Mamá nomas quería protegernos y punto.
Tampoco se trataba de que dejara de hacer el caldo de pollo o el café y corriera por una enciclopedia o fuera a una biblioteca en plena lluvia, para explicarnos que la palabra chubasco viene del portugués “chuva” o sea ‘lluvia’, y que es una lluvia tupida y cortita como la escuadra de Laurita Garza, en tanto que una tormenta es un fenómeno que incluye rayos y truenos, en ocasiones con pura lluvia y en otras con granizo.
No la veo diciéndonos, toda remojada la pobre: “A ver, pongan atención, antes que nos ahoguemos quiero que sepan que un ciclón es un sistema de tormenta tropical organizado con vientos fuertes, pero el término se refiere a la misma clase de fenómeno que un huracán. Los huracanes son ciclones tropicales con vientos sostenidos superiores a 119 km/h, que se originan en el océano y se clasifican según la intensidad de sus vientos.”
Para nada.
Acaso tan solo nos contaba de otros chubascos más intensos y destructivos - como uno de mediados de siglo - y también, en su empírica vocación literaria, nos contaba de un loco que vivía allá en donde había nacido ella, y este aseguraba que, en una cañada tenía encerrado un chubasco, y el día que lo hartara el pueblo, lo soltaría todito.
Esa historia se la compré como verdadera y durante mucho tiempo yo rezaba por las noches pidiéndole a Dios que no permitiera que ese coraje del loco llegara a su límite, ya que la desgracia sería incalculable.
Luego le escuché decir que “los chubascos no tenían palabra de honor”, y lejos de entender su significado, para mí fue peor, ya que al principio supuse que estos fenómenos eran seres vivientes, en manada, enormes y descomunalmente fuertes que aparte del desastre que causaban, eran demagogos o muy dados a incumplir lo prometido.
Es decir, si acaso habían jurado, bajo protesta de decir verdad, guardar y hacer guardar la Constitución Política de la naturaleza y las leyes que de ella emanen, y desempeñar leal y patrióticamente el cargo de fenómeno meteorológico o evento natural que ocurre en la atmósfera terrestre, resultado de la interacción de elementos como la temperatura, la presión, la humedad, el viento, y la radiación solar que el cosmos bueno y sabio me ha conferido, mirando en todo por el bien y prosperidad de los habitantes; y si así no lo hiciere, que protección civil me lo demande” podía valerles gorro ese acto solemne y hacer toda una destrucción en lo que dijo que iba a proteger.
De ese pelo era la demagogia en los chubascos, de acuerdo a la interpretación que yo le daba ante la expresión en sentido figurado de mamá.
También lo asocié con algún grupo político de esos años, y para no acusarlos de demagogos y demás improperios, mi santa madre, con una diplomacia que envidiarían en el parlamento chino, se limitaba a decir que “los chubascos” no tenían palabra de honor.
Claro, hoy sé que aludía a una naturaleza que opera por leyes propias, casi siempre impredecibles e implacables, y no se rige por principios morales o promesas como los humanos.
El dicho se usa en sentido figurado, para referirse a la crudeza o indiferencia de la naturaleza ante las necesidades o expectativas humanas, sobre todo cuando suceden desastres o eventos que ponen a un determinado territorio patas pa’ arriba sin misericordia alguna.
Tal es la razón para no andarse confiando nada cuando se anuncia la llegada de un ciclón y al rato dar por sentado que agarró para otro lado, no para a donde uno está, atrincherado en casa, porque todas las actividades públicas se suspendieron y no queda más que guarecerse.
Porque quizá se desvíe, existe la posibilidad, pero de un de pronto agarra vuelo y ya está tocando tierra, sin dar ni pedir cuartel, y es aquí en donde yo me asustaba, porque el viento rugía y la lluvia arreciaba incesante, pero, sobre todo porque ya mas grandecito - diez años cabales - vi los cadáveres llenos de lodo arrastrados por el arroyo y los vi pasar frente a mi casa, apilados en un camión de redilas, como si fueran tercios de leña y cada año padecimos la incertidumbre de que, si llegaba o no, o se iba de paso, o se aferraba a entrar a la bahía y azotarnos con todo, cual segunda versión del ciclon Lisa, pero con otro nombre.
Recuerdo que, en la víspera del ciclón Lisa - pudo ser 29 de septiembre de 1976- los medios de comunicación, si bien decían que podía desviarse o diluirse, lo recomendable era protegerse en casa si estaba en buenas condiciones o en albergues escolares listos para la ocasión.
Más de una familia no hizo caso y pagó cara su desobediencia, ya que los que no murieron por un derrumbe, fue por haberlos arrastrado el arroyo del cajoncito o ahogados ya que el muro de contención hecho a la brava estalló o lo estallaron y el agua corrió con una fuerza que no perdonó nada de lo que encontró a su paso.
Otros chubascos los viví en casa y también en una zona llamada San Juan de la Costa, en donde gracias al agua y los derrumbes de los caminos, estuvimos incomunicados por tres días.
De lejitos supe de otros desde una ciudad no mía y en donde habitaba, escuchaba a los habitantes cómo expresaban su emoción ante la llegada, como si fuera una fiesta sin contratiempos y no como algo que puede ser muy peligroso, si no se cuenta con la experiencia y la organización ante su llegada.
Lo que nunca me había tocado es que volviera a mi puerto querido a una actividad que prometía estar de lo mejor, o así lo creí al ser invitado por una institución y de pronto, aún con un montón de inconvenientes y cuando ya parecía que estaba todo listo para casi verme como el hijo pródigo , ahí tienen que llega Priscila, el huracán y arruina todo, echándolo a perder aunque, a decir verdad, la cancelación definitiva ya no sé debió a la tempestad si no a la pletorica e ineludible agenda de trabajo de quien preside la comisión legislativa que impulsó estas jornadas literarias y que a estas horas debe estar agotadísimo.
Ni hablar, no tienen palabra de honor. Ningún chubasco ni la naturaleza misma tienen palabra de honor, y cuando menos esperas ya te echaron a perder todo, sin deberla ni temerla.
De plano ni cómo decirles (a los chubascos o al fenómeno que gusten) que el compromiso es importante porque genera confianza, responsabilidad y mejores relaciones personales, laborales y de todo tipo.
Sé que ni caso te harán, pero deben de entender que, al comprometernos, asumimos responsabilidades que conducen a la consecución de metas, el bienestar común y la realización personal. Cumplir con nuestros compromisos demuestra integridad, fortalece la autoestima y fomenta una cultura de apoyo mutuo y confianza.
Eso no lo digo yo. Opinan los que saben y el sentido común.
No se diga los protocolos de urbanidad más simples o el Manual de Carreño o las elementales reglas de cortesía en lo público o en lo privado.
Pero ni modo de tomarla del cuello para que por fin reaccione y decirle: “Naturaleza: entiende en caridad de Dios: la responsabilidad es la habilidad de responder por los propios actos y decisiones, y de asumir las consecuencias de manera consciente”.
En estos casos es fundamental un enfoque profesional, cortés y bien planificado. El trato adecuado asegurará que el evento sea una experiencia positiva, memorable y fluida para el invitado, lo que a su vez refleja bien a la organización.
Ya será para la otra.
Pero la tormenta de esta semana no se la recomiendo a nadie.
Me refiero a la que viví yo, no a Priscila.
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