Claudia y “El Parches”: donde se cruza el destino
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Hay maneras de saltar a la fama, y la que exploró, con éxito, “El Parches”.
Uriel Rivera Martínez es uno, entre los millones de personas que pueblan las colonias del Centro Histórico de la Ciudad de México y que se levantan cada día a buscar la vida a su manera, en lo que pueden, en lo que saben; cargando sus esperanzas y desazones, sus quehaceres, sus traumas y rabias en el costal que traen a cuestas; sus maneras de enfrentar las exigencias del destino, siempre azaroso, siempre un volado que puede caer cara o cruz.
La mañana de ese martes, en Palacio Nacional la presidenta de la República consideró que era buena idea ir a desahogar agenda a la Secretaría de Educación Pública, a unas cuantas cuadras y hacerlo a pie, porque el recorrido le llevaría unos cinco minutos, en vez de hacerlo en el convoy de camionetas machuchonas blindaje 8, que son muy seguras, pero que pueden prolongar el viaje hasta 20 minutos o media hora, dependiendo del tráfico a esa hora.
Es posible que no haya sido idea de la presidenta, que desde un día antes andaba de un genio de la chingada. Testigos hay en su círculo cercano y no tanto, de que cuando a Claudia se le sube lo Sheinbaum, cuidado.
Un día antes, el lunes, la presidenta tuvo que salir a enfrentar las secuelas del que quizá sea el episodio más crítico en su primer año de gobierno. En Uruapan, Michoacán, un asesino solitario burló la escolta personal integrada por policías municipales y los 14 elementos de la Guardia Nacional que custodiaban de manera periférica al alcalde de esa ciudad, Carlos Alberto Manzo Rodríguez y le disparó a quemarropa.
Fue en una plaza pública, ante cientos de personas convocadas para la festividad del encendido de velas por el Día de Muertos. La pólvora de las detonaciones incendió las praderas informativas como chispa en yesca seca. El bragado presidente de un municipio, icónico si los hay, entre los muchos del país donde el crimen organizado quita y pone, manda y ordena, fue llevado de emergencia al hospital, donde los médicos no pudieron mantenerlo con vida.
Carlos Alberto Manzo Rodríguez no era cualquier alcalde, no. Fue diputado federal por Morena, partido al que renunció argumentando que el movimiento que fundó y encabezó López Obrador había desviado su rumbo al integrar a sus filas a lo peor del PAN, del PRI y del PRD.
Se postuló como candidato independiente y ganó la alcaldía recogiendo la principal demanda de la población: seguridad y combate al crimen organizado. Fue congruente y así lo hizo. Fue incisivo y demandante del gobierno federal y del estatal para que lo acompañaran en esa responsabilidad -y obligación- compartida. Lo mataron en una ejecución pública y sumaria.
El asesinato pateó las puertas de Palacio Nacional y por eso la presidenta amaneció el lunes de muy mal pelo. Arremetió, no contra quienes asesinaron al alcalde, sino contra quienes se indignaron por el asesinato. Su equipo de asesores en comunicación y manejo de crisis determinó que lo mejor era mantener la narrativa de que el expresidente Felipe Calderón era el culpable por haber desatado su guerra contra el narco y de que quienes se indignaron por el crimen eran aliados de la derecha que preparaba un ‘golpe blando’ para derrocarla no a ella, sino al proyecto de la cuarta transformación.
Un día después, a ese mismo equipo de estrategas le pareció buena idea que, para refrendar hegemonías y soportar la narrativa de una popularidad histórica e inédita, la presidenta debería mezclarse con el pueblo, caminando desde Palacio hasta la SEP.
Pero el destino -ay, esa rara convergencia de azares- quiso que por esos mismos rumbos anduviera “El Parches”, un torvo sujeto practicante del metodismo (al parecer le mete a todo), que se emplea como ‘mandadero’ de los comerciantes locales, repartiendo volantes publicitarios de las ópticas que están en esa zona del corazón de la Ciudad de México.
Era temprano, pero (a confesión de parte) “El Parches” ya había agarrado la peda y se había metido algo más, vaya usted a saber qué.
Intento imaginar la escena. La presidenta caminando por las calles aledañas al Zócalo capitalino, repartiendo saludos y parabienes, abrazos y no balazos, sonriente y despreocupada porque sus estrategas de comunicación y manejo de crisis pensaron que era la mejor manera de mantener el chorrocientos mil por ciento de popularidad, grabando para la posteridad las imágenes de una presidenta que camina por las calles de la capital del país como si fuera La Flor de la Canela, derramando lisura y dejando a su paso el aroma de mixtura que en su pecho llevaba, del puente a la alameda, o del Palacio a la SEP, que para efectos alegóricos es lo mismo.
Nomás que allí andaba “El Parches”, Uriel Rivera Martínez, repartidor de volantes promocionales de las ofertas en las ópticas aledañas, barriobajero bravo y loco, tempranero consumidor de sustancias propias para soportar, desde un estado de realidad no ordinaria los avatares de la cotidianidad. Con antecedentes, además, de que ya otras veces, motivado por los efluvios de vaya usted a saber qué cosas, imaginó que las mujeres que pasaban frente a sus ojos le sugerían acercarse y tomar de ellas lo que dios tuvo a bien esculpir sobre sus cuerpos.
Quizás alguien le dijo que no lo hiciera, que a las mujeres se les respeta, que también él era hijo de una madre, hermano de una hermana, primo de una prima. Pero como “El Parches” es sordo, pues no escuchó.
Y ahí te va (trato de imaginar la escena) a donde un pequeño conglomerado de gente se arremolinaba en torno a una mujer, seguramente famosa porque si no, no hubiera tanta parafernalia.
Y “El Parches”, que no se incluye en el chorrocientos mil por ciento de mexicanos que no solo conocen, sino que aprueban el ejercicio de gobierno de Claudia Sheinbaum, se le acercó por detrás, le pasó el brazo derecho por encima del hombro del mismo lado mientras con el izquierdo la jalaba de la cintura para depositarle un beso en el cuello y luego subir ambas manos hasta tomar su pechos, se retiró cuando le dijeron que era incorrecto su proceder, y se perdió durante algunas horas en ese hormiguero que es el Zócalo capitalino y sus calles aledañas.
El equipo de comunicación y manejo de crisis que cobra en Palacio Nacional tiene un punto, quizás involuntariamente. “El Parches” cambió la conversación pública de tal manera que incluso aquellos que horas antes exigían la revocación de mandato a la presidenta por el asesinato de Carlos Manzo, comenzaron a exigir mayor seguridad para quien es la Comandanta Suprema de las Fuerzas Armadas del país y la dejaron tan vulnerable que pudo llegar “El Parches” y darle un arrimón de esos que solo se estilaban en “las islas” de la UNAM en los ochenta…
El episodio tiene dos aristas. Si se trataba de cambiar la conversación pública para marginar el tema del asesinato de Carlos Manzo, fue un éxito del equipo de comunicación presidencial.
Pero si en esa lanzada, lo que se exhibió fue a la presidenta de México totalmente indefensa -como ciertamente lo están millones de mujeres mexicanas frente al acoso sexual- eso debió encender todos los focos rojos en el tablero de la seguridad nacional.
Porque la integridad física de la presidenta es, le guste o no le guste a la ovulante lectora, al calenturiento lector, un asunto de seguridad nacional. Especialmente en un contexto en el que acaban de matar a otro alcalde y, como dije al inicio de esta columna, no fue cualquier alcalde.
II
Ojalá que no se nos esté galvanizando el alma contra las tragedias. La marcha convocada en Hermosillo para exigir justicia por las víctimas de la explosión en Waldos fue más bien magra.
Quizá tenga que ver el hecho de que esta vez, tanto el gobernador como el alcalde de Hermosillo se aplicaron y de entrada, separaron de sus cargos a los responsables de la protección civil en sus respectivos ámbitos para que no intercedieran en las investigaciones del caso.
Desde luego, a esta historia le faltan muchos capítulos, pero de entrada hay que subrayar que no se está descarrilando por el intrincado sendero de la partidización de la tragedia, aunque hay gente que no aprende de eso y desde su condición de militantes y figuras públicas de un partido político, buscan el reflector.
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