Sin medias tintas
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Son [DATO PROTEGIDO]!

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“Nos faltan tres”, me corregía mi querido amigo H. Escárcega, mientras hablábamos sobre la terrible tragedia del asesinato de Karla y las gemelas Meredith y Medelín. Le decía que no pudieron graduarse porque las balas las alcanzaron antes que sus diplomas, y que mientras las hijas y su madre de 28 años morían ejecutadas, los recursos del Estado se invierten en analizar con rayos semióticos cualquier publicación en medios o redes sociales para encontrar el “subtexto patriarcal”, la “interpósita persona”, el “tono misógino” o el “eco simbólico de opresión estructural”. Y ahí sí, ¡son [DATO PROTEGIDO]!, porque vendrá la multa, la penitencia y el escarnio.
En nuestra gloriosa república [DATO PROTEGIDO], donde las libertades se proclaman en papel reciclado y se queman en juzgados a modo. Allí, mientras Margarita moría y sus tres hijas eran ejecutadas bajo un árbol, abrazadas, los tribunales se ocupan de perseguir tuits, porque en esta democracia simulada es más urgente castigar palabras que balas.
Los casos se han multiplicado como hongos después de la lluvia: Ciudadanos que osaron insinuar que [DATO PROTEGIDO] debía su puesto más a vínculos políticos que a méritos; periodistas que publicaron columnas exponiendo vínculos de magistradas con redes de corrupción; y críticos que se atrevieron a cuestionar con sarcasmo el origen divino de las listas de candidatos. Un tuit, un suspiro irónico, una sátira más vieja que el Congreso mismo y sus [DATO PROTEGIDO] integrantes que hacen mamíferos a los tiburones.
Hoy, los tribunales electorales, ya casi transformados en el Santo Oficio del feminismo, no dudan: violencia simbólica, mediática, psicológica, espiritual y —por qué no—electoral. El castigo: disculpas públicas, cursos obligatorios de género, multas, y su inclusión en el Registro Nacional de Herejes. Justicia exprés para tuits, mientras los feminicidas reales esperan en libertad y miles de cuerpos sacados de fosas esperan identificación. Porque claro, es más urgente castigar un meme que un [DATO PROTEGIDO] funcionario con placa y vínculos al narcotráfico.
Hoy los recursos del Estado se concentran en perseguir tuits o publicaciones, porque en la nueva sociedad el decirle inútil a [DATO PROTEGIDO] es más grave que matar a una madre y sus tres hijas.
Desde Sonora a Tamaulipas y desde Puebla hasta Campeche, una epidemia se extiende por el país. 289 hombres y 74 mujeres sancionados en cuatro años. Casi un tercio de los procesos del 2024 contra periodistas. El 21.57% de los casos usando la figura de violencia política de género.
Bienvenidos al Estado Mental de Derecho. Aquí no se castiga lo que dices, sino lo que se imaginan que pensaste cuando lo dijiste… Ah, y si tu cara fue de [DATO PROTEGIDO] mientras lo escribías, peor tantito.
En la nueva república del inusitado [DATO PROTEGIDO], no importa si lo dicho es cierto, necesario, o relevante; lo que importa es si incomoda. Y si incomoda a una mujer con poder, entonces es violencia, porque ahora criticar a quien ostenta el poder es machismo, aunque el poder sea corrupto, ilegítimo o heredado. Aunque haya más tráfico de favores que en una piñata política, lo importante es que no se te ocurra decirlo con sarcasmo, porque eso es una [DATO PROTEGIDO], y tú un maldito [DATO PROTEGIDO].
El feminismo oficial se ha vuelto dogma y, como todo dogma, no admite sátira ni cuestionamiento ni ironía. Se ha blindado con términos jurídicos, convirtiéndose en censura posmoderna. Y lo más grotesco: estas inquisiciones disfrazadas de sentencias no sirvieron para evitar que ejecutaran a Margarita y sus tres hijas, ni impiden que desaparezcan activistas. Solo protegen a las que pueden usar el aparato del Estado para callar al incómodo. El sistema no protege a la víctima real, protege a la [DATO PROTEGIDO] con fuero.
El mensaje es nítido: no se puede opinar, ni insinuar, ni satirizar; pero sí se puede matar. Porque un tuit merece sanción inmediata, pero un feminicidio apenas genera un comunicado de condena. La ironía está bajo custodia y la sátira ha muerto… las niñas también.
La libertad de expresión tiene que pedir permiso, llenar tres formatos, y besar el anillo del poder con lenguaje inclusivo, y aceptar que toda crítica es una [DATO PROTEGIDO]. Mientras tanto, los verdaderos criminales siguen libres. Y si no nos gusta esta nueva y [DATO PROTEGIDO] justicia, pues [DATO PROTEGIDO] y atengámonos a las consecuencias.
La censura ya no se esconde. Solo los [DATO PROTEGIDO] no entienden que ahora la verdad se determina por decreto, no por evidencia.
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